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sábado, 12 de diciembre de 2009

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NIÑOS/INMIGRANTES QUE MANTIENEN SUS HÁBITOS


Florín, 14 años y padre en abril
Estudia segundo de la ESO y en primavera será padre. Los hijos de los gitanos rumanos viven entre nosotros, pero reproducen en España las ancestrales costumbres de sus padres


JUAN C. DE LA CAL


¿DE ESPALDAS A LA REALIDAD?


Tras un primer choque social, los hijos de los inmigrantes gitanos que llegaron de Rumanía hace cinco años se han adaptado a la vida en las ciudades españolas.Sin embargo, cuando llegan a la adolescencia el proceso de integración se rompe con la llegada prematura de la paternidad.


Florín, 14 años recién cumplidos, gitano rumano, estudiante de segundo de la ESO en un instituto madrileño, le gusta el Real Madrid, acudir a las fiestas de cumpleaños de sus amigos y comer pipas. ¿Un niño normal? Lo sería si no fuese porque está casado y espera su primer hijo para comienzos de la primavera. Mitad hombre, mitad niño le encontramos a las puertas de su casa, un tercer piso de un edificio seminuevo con portero, en un populoso barrio de la capital. Está grande para su edad. Y no sólo físicamente.Por la forma de su mirada, entre pícara e inocente, es difícil saber en qué punto de la frontera entre la niñez y la juventud se encuentra ahora.Aparece con las manos en los bolsillos, caminando rápido, con esa frescura del chaval con muchas horas de calle a sus espaldas.Ofrece un puñado de pipas como la cosa más natural del mundo.No espera la respuesta y te las desposita sin preámbulos en la mano. Con el incipiente bigotillo apuntando serio sobre sus gruesos labios, uno espera que el siguiente paso sea sacar una cajetilla de cigarrillos para prenderlo. Pero no. Florín no fuma. Ni bebe.No se va de litronas con sus colegas, ni ha ido nunca a una discoteca light, de esas de media tarde, donde los niños de su edad juegan a ser mayores. Porque, ¿nos olvidamos? Florín es ya un hombre casado, futuro padre de familia y nuevo trabajador en cuanto le dejen.Eso sí que lo tiene claro. A final de curso dejará el colegio.Aunque no le disgusta estudiar y va aprobando todo con más o menos ayudas, lo suyo no son los libros. «Quiero sacarme el carné de conducir lo antes posible y hacerme camionero. Porque tengo que empezar a pensar en cómo voy a mantener a mi familia. Me gustaría tener muchos hijos, ¿sabes? Como mi padre, que tuvo cinco. Ya sé cómo buscarme la vida. Los fines de semana y en vacaciones limpio cristales de coches en los semáforos o me voy a La Paz (el hospital) a ayudar a aparcar a la gente. Lo que pasa es que allí hay mucho negro y no es fácil sacarse los 15 o 20 euros que ganaba antes en una mañana», dice ufano enseñando las fotocopias que reparte en los aparcamientos.Hoy le hemos conocido en su faceta más infantil. Viene del cumpleaños de un compañero de clase. Un cumple clásico, con tarta, velas, piñata, y regalos. Chicas, chicos y baile a golpe de compact.Muy pocos en la fiesta saben que va a ser padre. Tampoco que está casado. Saben que tiene una novia y que el enorme anillo dorado que lleva en el dedo anular de su mano derecha es por ella. «Ya sabes que a los gitanos nos gusta mucho el oro y piensan que es un anillo de compromiso nada más. Pero sí, nos casamos el año pasado por nuestro rito. El patriarca hizo una ceremonia muy sencilla y luego estuvimos comiendo, cantando y bailando hasta el amanecer. Pero los profesores me dijeron que mejor no lo comente porque muchos de mis colegas no lo iban a entender», explica sin dejar de comer pipas.


GUIÑOS INFANTILES


Su flamante móvil suena varias veces durante la conversación.Él no lo utiliza para mandar mensajes intrascendentes o citas de adolescente. El teléfono le sirve como cordón umbilical con el resto del clan, los otros padres de famila repartidos por la ciudad, los otros hombres gitanos-rumanos que también se casaron antes de cumplir los 14 años y que también fueron padres a su edad. Costumbre ancestral que están dispuestos a defender en esta España del siglo XXI. De nuevo un guiño a su infantilidad: muestra la camiseta del Real Madrid que lleva debajo del abrigo, motivo de orgullo ante sus compañeros del equipo de futbol del patio de recreo escolar, porque «es auténtica y es de Ronaldo»...Mónica, su esposa, le espera siempre en casa. Es un año mayor que él y es preciosa. Todavía viste al estilo tradicional de las gitanas cíngaras de su tierra: una falda oscura, camisa bordada con vivos colores, un fajín a modo de cinto y muchos abalorios en el pelo, cuello y manos. Llegó hace un año desde Rumanía para cumplir con el pacto que las dos familias establecieron hace una década en su pueblo natal, Senderei, en el interior del país.«Sí, éramos vecinos, nos conocemos desde pequeños. Me querían casar con otro pero no me gustaba. Yo le quería a él porque jugábamos siempre juntos. Y ya estamos juntos», afirma Mónica en un deficiente español.Parece feliz. Sonríe de oreja a oreja mostrando ya algunos dientes de oro junto a la comisura de sus labios. Nunca fue al colegio.Siempre estuvo en casa, en ese microcosmos femenino formado por su madre, hermanas y abuela. Ellas la adoctrinaron para ser una buena mujer gitana: cuál es la mejor época para quedarse embarazada, cómo cuidar de los niños, del marido, de la casa, de sus sobrinos...Cómo ir por la calle a pedir si el dinero no llega, cómo defender al clan sobre todas las cosas afirmando la ley de la familia ante cualquier ley social. De momento cuida de su sobrino Diego -dos años- y se ha hecho inseparable de su cuñada Dana, un año más pequeña. Sale poco de casa. Sólo para hacer la compra. Nunca fue al cine o entró en un bar a tomar algo. Embarazada de cinco meses, se mueve con una agilidad sorprendente. En el futuro, si Florín, se tuerce será ella la encargada de sacar a sus hijos adelante...La familia de Florín llegó a Madrid hace cinco años. Formaba parte de aquel primer contingente de gitanos rumanos que aparecieron de repente por las calles de la ciudad. De la noche a la mañana ocuparon los semáforos del centro y se buscaron un lugar donde acampar con sus caravanas y tiendas de campaña: el extinto poblado de Malmea. La gran mayoría venía de Francia donde recalaron después de dejar Rumanía tras la caída del dictador Ceaucescu, su gran protector. Aquel verano de 1998 decidieron seguir la ruta de los veraneantes franceses con destino a las costas españolas y aquí se quedaron.
(...)

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